Hugo Acevedo sobre “Felicidades Fugaces”

Hugo Acevedo sobre "Felicidades Fugaces". En “Felicidades fugaces”, la escritora uruguaya Teresa Porzecanski, construye una novela integrada por varias historias, que refieren a mujeres solas, abandonadas y sin futuro. La narradora amasa en la arcilla de la ficción a un conjunto de personajes femeninos irredentos, para quienes la vida es apenas un mero tránsito existencial rumbo a un destino sin proyectos y expectativas. Teresa Porzecanski sitúa su creativa pluma en un tórrido verano de 1952, en un país hoy inexistente: el Uruguay de la mítica Suiza de América barrida tiempo después por las tempestades de la historia. Sin embargo, las criaturas humanas que emergen en ese paisaje urbano situado en un viejo edificio de apartamentos de la calle Isla de Flores, parecen distantes de esa época próspera y pujante. Es que las pesadillas individuales no respetan tiempos históricos, cuando el afecto naufraga en el inmenso y insondable océano del olvido y la indiferencia. Esta novela narra una historia compuesta a su vez por varias historias, en la medida que cada personaje representa un mundo, un universo individual integrado al microcosmos de la sociedad de un humilde barrio montevideano. El relato descorre el velo que oculta los secretos de una adolescente, que vive junto a una extraña mujer que fue la pareja de su padre, antes que éste decidiera partir con rumbo desconocido sin previo aviso. Un delicioso pastel de naranja y nueces opera como disparador de la nostalgia de esta joven, que evoca en su vacío emocional algunos momentos cruciales junto a su fugado progenitor. La apelación a una metáfora gastronómica habilita una lectura de la realidad vinculada a la convivencia y a lo compartido pero particularmente a los afectos. En ese apartamento, que antes vio partir a su madre a un viaje sin retorno, la adolescente convive con esa mujer extraña, algo ignorante pero también abandonada, que sobrevive recurriendo a la evocación de viejas historias impregnadas de fábulas, superstición, ángeles y demonios. Quizás la narración de esos relatos que fluyen de su boca sea una suerte de exorcismo contra los fantasmas de la soledad y el temor a seguir viviendo. En ese mismo edificio que parece aislado del mundo real, conviven dos ancianas hermanas, que se aferran desesperadamente a una quimera para no sucumbir: un supuesto tesoro perteneciente a un antepasado que estaría enterrado en el Cementerio Central. Para evitar el descenso a los abismos de la angustia, estas dos mujeres parecen tener una terapia infalible: leen libros que refieren a naufragios en remotas parajes que nunca conocerán. A partir de esta experiencia, construyen sus propios sueños. Sin embargo, también ellas son huérfanas de afecto. En sus pasados cubiertos por la impenetrable nebulosa del tiempo han quedado recuerdos de amores fracturados por el engaño, las promesas incumplidas y la distancia. En este caso, el tesoro actúa como una representación literaria de la utopía, que opera como indispensable oxígeno para mantener con vida a estas hermanas, ya viejas enfermas y olvidadas por un mundo que tiene su propio pulso, naturalmente ajeno a peripecias individuales. El otro personaje femenino es una mujer también abandonada por su marido que nunca la comprendió, que construye sus propias fantasías y geografías paralelas para sobrevivir al vacío afectivo. Para describir esta historia individual, la autora apela a múltiples imágenes asociadas a las emociones de su personaje: las visiones de casas nunca conocidas o quizás recordadas y los objetos olvidados en los pesados roperos, que atesoran un pasado que irrumpe permanentemente en el presente. En esta caso concreto, las extenuadas y rutinarias vivencias de esta mujer también abandonada están asociadas al sentimiento de pertenencia, tan necesario para aferrarse a la vida cuando falta el afecto. Las “Felicidades fugaces” de Teresa Porzecanski son realmente construcciones ficticias de sus abrumados personajes, que se aferran a la vida aunque esta realmente no tenga sentido. Esta novela describe aunque pueda parecer una aseveración contradictoria varios micromundos paralelos de soledades multitudinarias. El relato se ambienta en paisajes barriales de una geografía urbana que es, a la vez, apacible y tormentosa. En esos espacios se tejen las tramas de existencias fracturadas por la angustia y la desolación. En ese contexto particular la autora imprime vida a sus personajes todas mujeres abandonadas que sobreviven en un mundo modesto, peculiar y acotado por la total ausencia de expectativas. La historia está poblada de rituales cotidianos, lealtades, sueños y utopías, que se deslizan como una incontenible catarata a los territorios afectivos de los personajes femeninos. Las mujeres que habitan el viejo edificio de la calle Isla de Flores saben construir sus vidas con felicidades furtivas, provisorias y muchas veces hasta irreales. Sus existencias son experiencias de evasión, en la medida que esas felicidades pueden estar representadas en la evocación del sabor de un pastel de naranjas y nueces, en libros que recrean geografías exóticas y distantes y aún en la quimera de un cofre que guarda un tesoro enterrado en un lúgubre cementerio. Los hombres no tienen espacio en las vidas de estas mujeres, aunque suelen asomar en sus sueños o nostálgicos recuerdos de un padre que partió sin aviso para no regresar, un amante que se fugó a bordo de un barco o un marido que no regresó más a su casa. Estas “Felicidades fugaces” de Teresa Porzecanski comportan una lírica metáfora en torno a la crisis de los afectos, la tristeza, la soledad, la memoria y la insoslayable épica de ir construyendo un cotidiano destino, desafiando incluso al lacerante estigma del abandono. *

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