Ricardo Prieto me describió con afecto


Teresa Porzecanski: una oculta conexión con la grandeza
por Ricardo Prieto, dramaturgo, narrador, buena persona.


Cuando Teresa me pidió que la acompañara en la presentación de su libro dudé bastante, pues no soy crítico y en general quedo paralizado cuando tengo que hablar en público de los escritores que admiro mucho. Actualmente, por ejemplo, estoy dando unas charlas sobre literatura dramática en la escuela teatral de Beatriz Massons, y cuando aludo a Ibsen o a Brecht, autores que no me interesan demasiado, no tengo ningún problema en explayarme, pero cuando quiero desmenuzar la obra de Tennessee Williams o de Chejov, dramaturgos que me apasionan, quedo paralizado y debo hacer un esfuerzo muy grande para transmitir mis impresiones. Parece que el amor por un escritor, al menos para mí, es inexpresable, y como cada día que pasa siento que las obras literarias más hermosas son insondables, no soy la persona más indicada para presentar un libro o referirme a la estética de un autor. Pero Teresa aventó mis dudas y me dijo con su voz deliciosa: “Sólo quiero que estés a mi lado como amigo”. Los que me conocen un poco saben que ante la palabra amigo soy como el perro de Pavlov: apenas la pronuncian muevo la cola. En fin, aquí estoy. Y voy a referirme a Teresa, que es tan talentosa como T. Williams y la admiro tanto como a él pero tiene para mí la ventaja de que es una de mis amigas más queridas. Y esto es en serio y está dicho por un escritor que también es hombre de teatro. Marco la diferencia porque en el mundo literario predominan los autores egocéntricos, competitivos y autoabastecidos que sobre la amistad tienen una idea más bien teórica, y en el mundo teatral, donde nadie puede existir artísticamente sin el otro, la amistad está hecha de desvelos, añoranzas y éxitos o frustraciones compartidas. Pobre del dramaturgo o del actor que creen que pueden triunfar solos, por ejemplo. No podrían sobrevivir en un ámbito signado por el solidario trabajo en equipo. En ese mundo, que es el mundo al que pertenezco realmente, la amistad tiene otro espesor y los lazos son más esenciales.
Por eso, en carácter de amigo, voy a hablar brevemente de mi amiga, sobre todo para que puedan conocerla mejor quienes sólo la han leído y nunca hablaron con ella. Advierto que aquí hay muchas de esas personas, por suerte.
Teresa actualmente vive sola. Bueno, sola es un decir; me refiero a que no convive con otras personas. No recuerdo dónde leí que sólo dos clases de criaturas pueden vivir solas, las infrahumanas y las sobrehumanas. Teresa, obviamente, no es infrahumana, por lo tanto es sobrehumana. Si será sobrehumana que se levanta a las seis de la mañana, cosa que a los seres lunares nos espanta. Y si uno se olvida de esa rara costumbre suya y la llama por teléfono después de un ensayo, por ejemplo a las tres o las cuatro de la madrugada, para preguntarle cuántas veces a la semana hay que usar el antivirus, y juro que yo lo hice, ella preguntará con su voz siempre deliciosa pero en ese momento irascible: ¿Me estás llamando a las cuatro de la mañana? Sí, Teresa siempre es muy es tierna pero puede ser un poco salvaje cuando la obligan a emerger del corazón de las tinieblas, a pesar de que como escritora convive con ellas. Y cuando uno lo descubre cuelga el tubo de inmediato, arrepentido, y enseguida le escribe un mail pidiéndole perdón y haciéndole formalmente la pregunta inoportuna. Y ella responderá el mail a las seis y diez de la mañana, y se habrá olvidado de la infracción cometida por un integrante de la farándula, porque ella es solar, y el día y el sol y la luz tienen el poder de transformarla, bendecirla y despojarla de rencores y amargura.
En realidad Teresa no vive tan sola, porque a su lado se encuentra Malena, que no canta el tango pero ronronea y la espera de noche en el tejado y cuando la ve llegar corretea, salta y hasta creo que levita, porque en la misteriosa casa de Teresa todo es posible. Ella advierte el recibimiento de Malena, la mira y le habla con amor, y claro, uno envidia a la gata y nunca se atreve, por temor a lo felino, a pedirle permiso para ocupar su lugar.
Pero pronto Teresa se irá de esa misteriosa casa en la que convive con fantasmas benditos y quizá también con los otros, y uno se pregunta: ¿Teresa podrá sobrevivir en un apartamento? No puede ser. ¿Teresa será capaz de vivir en un quinto piso, en un sexto, en un séptimo, separada de las calles, de los árboles, de la densa, entristecida pero esperanzada marea humana? No. No. No es posible. Pero sí, es posible. Todo es posible tratándose de ella, y hasta es posible que antes de haber resuelto mudarse haya consultado, además de a la inalterable presencia invisible de Julio, a Malena, quien acató su decisión con esa devoción sagrada que tanto amaban los egipcios.
Claro: Teresa y Malena se entienden a las mil maravillas porque Teresa es tan gatuna como sensual. Pero también es inteligente y solidaria. Siempre tiene tiempo para encontrarse con sus amigos, aun los alucinados, los filosos, los suicidas y los desahuciados. Y en todos, como si repartiera hostias, pone un poco de esperanza.
Es hermosa, con la impar belleza semítica, y en la foto que le sacó Stefanovics tiene un aire que mata.
A la gente muy fea, si es que existe gente fea, siempre la ve linda. Como yo soy bastante feo, siempre querría que Teresa me esté mirando.
Le resulta indiferente tomar un café en el tugurio más infecto o en el lugar más sofisticado. En todos lados está cómoda, en paz, disfrutando de los pequeños momentos que encubren tantas cosas grandes. Como somos iguales en ese sentido, recorremos juntos los bares más descangayados o suntuosos de la ciudad, como al pasar, descuidadamente, sin identificarnos con ninguno de ellos. Para ella las alfombras persas son tan hermosas como los sucios pisos de cemento, el cristal fulgura tanto como la herrumbre.
Ama a su gata Malena pero no nos tortura con ese amor, uno sólo puede presentirlo, por suerte. Lo contrario sería bochornoso, tan pero tan imperdonable que yo no estaría sentado aquí.
No apabulla a nadie con su erudición, sobre todo a nosotros, los ignorantes.
Podría decir como los muchachos de mi barra en la adolescencia: “Fuera, filósofos, de aquí, que es el pensar no el sentir, vuestra aburrida forma de parir”
Pero sabe pesar, sabe elaborar conceptos. San Pablo, misógino fanático, se hubiera horrorizado de ella. Por suerte ese loco sublime no la conoció, aunque creo que la hubiera amado igual, porque a Teresa le preocupa el orden invisible, lo olisquea, lo persigue, es capaz de ingresar a él y podría afirmar, como Teilhard de Chardin, que “en el nivel del cosmos, como toda la física moderna nos lo enseña, sólo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdad”.
Pero cuando maneja el auto parece que va en una carroza. A veces conduce una niña sonrosada y que espera todo de la vida, o una mujer sabia, o un chofer muy alegre; otras veces conduce una maga capaz de hacernos creer que estamos volando en una alfombra de las Mil y una Noches. Nunca vi manejar a la antropóloga, por suerte, porque eso podría ser muy peligroso. ¿Se ríen? Cierta tarde, mientras me desplazaba en el auto que conducía una antropóloga a la que estaba mostrándole casas para comprar, la mujer chocó en Boulevar España y Benito Blanco. Pero en ciertos momentos, sin que se dé cuenta, maneja la autora de “La piel del alma” y de un libro que todavía no escribió y que va a llamarse quizás, este es un presentimiento mío, “La felicidad de la tristeza”.
Tiene pómulos muy marcados, hermosos, como los de Carson Mac Cullers y, como ella, la misma, desolada vibración. ¿No podría haber escrito, por ejemplo, “El corazón es un cazador solitario, “Frankie y la boda o “La balada del café triste”?
Aparece de pronto en la oficina de sus amigos, cuando estos están en medio de carpetas, máquinas calculadoras y computadoras atendiendo a aburridos clientes millonarios que sólo quieren acrecentar su dinero, para decirle a uno: “Me gustó mucho aquel poema tuyo...”
Suele llamar por teléfono una o dos veces al mes para preguntar: “¿Necesitás algo?”
Puede delirar de entusiasmo con los libros de sus colegas, aunque no sean sus amigos. ¿Será uruguaya, la Teresa?
Toma solo agua mineral, y cuando bebe whisky bebe un sorbo de mi vaso. Eso me conmueve y me enamora, pero lo que más me conmueve es que vuele tanto sin intoxicarse con alcohol. Sólo ama el café, como yo, se embriaga con él y me enseñó lo que aprendió de los sabios turcos: que el café ideal es negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y suave como el amor.
Envía sus correos electrónicos sin dibujos y sin colores. Esto es muy importante porque son muy desagradables los virus coloreados.
Cuando caminamos juntos me ayuda a sentirme muy alto.
Sus libros son “como la pulsación de la vida misma”. Eso dijo refiriéndose al libro de un colega de su misma generación. En serio: ¿será uruguaya la Tere?

Pero lo que más me sorprende de Teresa es que si alguien le preguntara si la felicidad existe, ella respondería: bueno, la felicidad no existe sino en la medida...y haría una de sus brillantes disquisiciones, y quizá diría, como esta noche, que la felicidad es fugaz, y uno la escucharía y la miraría pensando que la felicidad es un asunto muy complejo y que quizá no es posible, claro, no puede ser posible, ¿o sí?; pero si uno, además de oírla discurrir, la mirara atentamente, descubriría que la felicidad existe porque ella la encarna, ella es la felicidad. ¿Hay mejor forma de enseñar?¿ Hay otra forma de ahuyentar la oscuridad del mundo?
Si uno quisiera suicidarse tirándose de un décimo piso y ella estuviera al lado, diría con su voz tierna y sedosa: no hagas eso, la vida es hermosa y vos sos lindo. ¿Yo lindo, petiso, barrigón, orejudo, con pie plano? Sí, sos lindo, lindo, lindo Y claro, uno miraría su hermoso rostro suplicante y no se tiraría. Y después la amaría con un amor plástico, sensual, estilizado, pero también carnal, porque sólo una mujer muy hermosa puede disuadir a un suicida de tirarse al vacío. ¿Capacidad de embellecer? ¿Poder para transmutar? ¿Impulso de amar? ¿Empatía? ¿Piedad por los seres humanos? ¿Sentido del humor? ¿Religiosidad? Sí, quizá, pero muy unida a la sensualidad, como debe ser. Todo eso alienta en Teresa. Pero Teresa es alquimista también, se ocupa de magia, transforma los objetos, el espacio, el tiempo, el aura de las personas, el estado del alma, como la noche en que estábamos tomando un café en la plaza Independencia, a metros de mi casa, salimos del bar y me dijo: “Te llevo a tu casa porque es muy tarde. Además quiero que viajes en mi auto nuevo”. “Pero sí yo vivo ahí, Teresa, estoy frente a mi casa”. “Dale, subí, no seas pesado. Te llevo”. Subimos a su auto nuevo y en él dimos no sé cuantas vueltas a la plaza. Fue un viaje largo, denso, insondable, impresionante. Y cuando al fin el auto se detuvo en la puerta del edificio donde vivo, tuve la sensación de que venía del pasado más remoto y del enigmático futuro. Y cuando mi compañera, que ese día había ido a mi casa y me estaba esperando desde hacía dos horas me preguntó de dónde venía y por qué había tardado tanto, le contesté: “ Vengo de otro país”. “Y cómo lograste ir a otro país si al mediodía almorzamos juntos”, preguntó ella. “Fui a ver a Teresa. Viajé con Teresa”. Porque Teresa anima lo inerte, vuelve cierto lo imposible, cercano lo lejano, lejano lo cercano, estimula nuestra imaginación cuando está apocada y siempre, pero siempre, encuentra misterio, sentido y esperanza en todo. Si viviera en una casa que se está inclinando y uno le preguntara cómo puede vivir allí, ella diría: es muy interesante. Y si uno añadiera: pero si sigue inclinándose podrías morirte, ella respondería: “ Eso es más interesante”. Si “los dioses no nos abandonan pero tampoco nos explican nada”, como dice uno de los personajes del magnífico libro que se presenta esta noche, Teresa resolvió explicarnos con su propia vida, con su obra, con su belleza de mujer, con su talento, su imaginación y su sensibilidad lo que los Dioses nos niegan. ¿Nos niegan? No sé. Habría que verlo. Era un decir. Teresa es una de esas escritoras y esas mujeres que nos reconcilian con el posible orden del universo y, sobre todo, ahora la cito a ella, con “esa rara maravilla que esconden las personas, algo que no saben que poseen en sí mismos y desestiman, quiero decir que detrás de cada rostro hay otros, seres dormidos, ignotos, esperando por su oportunidad para emerger, y celebrar, quizá con un acto diminuto, inadvertido, una oculta conexión con la grandeza”.
Ricardo Prieto

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