Lluvia.

Sigue lloviendo y no para. Hace unas cinco horas que empezó a llover. Las nubes colapsaron todas a un tiempo, disolviendo su tensión y anegando el patio, las veredas, golpeando sobre las azoteas. Todavía no ha amanecido. El sol, miedoso, ha ocultado su día. Un color incierto, entre gris y humo, está plasmado en el cielo. El invierno del sur avanza desde el mar hasta la ciudad dormida. Los sábados se dilantan las mañanas bajo las sábanas tenues, y el cuerpo vuelve al sueño, a no querer despertar, a entregarse a esa dimensión que extraña parecida a una eternidad.

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