Jairo Rojas Rojas
Teresa Porzecanski y su pasión por contar
Los títulos: “Su pequeña eternidad” (2007-2016), “Irse y andar” (2016) y “La piel del alma” (1996 -2017)”, son, en rigor, momentos de un proyecto de escritura. Estamos ante una propuesta que cumple con uno de los mandatos de la ficción: darnos una voz propia, un ritmo particular pero no petrificado ni predecible sino explorado y llevado a buen término, vuelto sello personal, una respiración, extensión de una lectura propia del mundo. En esta involuntaria trinidad literaria se registra a su modo la persistencia de una visión interesada en la práctica milenaria de contar historias, como eco de tradiciones como la sufí, el zen o la cábala, donde muchas historias son parte de un método para el desarrollo de la percepción, entre otros fines, aunque ahora en voz de Porzecanski estos relatos sean detonantes de una escritura poética y alegórica. No es casual pues que dentro de un libro se desplieguen más de una historia, se crucen sin trauma y el edificio textual se construya a partir del eje de la metaliteratura.
El desfile de personajes memorables es largo en estos tres libros como el rabino Meir Bajarlía profeta identificable por su rolliza presencia y su lectura religiosa del mundo, Matilde Spinoza y su particular forma de meditación y revelaciones y la relación que ésta tiene con su madre que se niega a irse de este plano, el escritor Mario y su ojo para ver los difuntos y escuchar sus mensajes, el Maestro Bensusan enseñando Kabalah a tres adolescentes absortas a un tiempo en un cocurso de misses o la entrañable Faride Azulay entre otros tantos. En boca de alguno de estos personajes o de otros que van apareciendo a medida que se despliega el relato aparece esa modalidad del cuento-enseñanza el cual puede ser leído como una historia cualquiera; pero, recordemos que durante miles de años en Oriente principalmente, estas historias fueron diseñadas y utilizadas para tener un efecto específico sobre la mente. Parece una práctica del pasado, y esa atmósfera es la que recrea en parte Porzecanski quizás porque las historias acá presentadas se emparentan en uno de sus momentos con cierto tono mitológico ofreciendo un lenguaje para la intuición más que para recepción racional y lógica. Son sugerentes sus narraciones, hay alusión como bien sabe hacer la literatura.
Son capas y capas de sentidos que se superponen, no es de sorprender entonces el tipo de estructura que mantiene el relato pues da pie para introducir otro cuento-enseñanza que, como en siglos atrás y en otros contextos, lleva la mente del lector a caminos poco explorados. Uno de los tantos impactos que crea esta propuesta de escritura es establecer conexiones inesperadas entre situaciones viendo con ello formas alternativas de percepción y de pensamiento. Las historias, los cuentos, los mitos, fábulas y parábolas, tanto orientales como occidentales, han tenido desde tiempos inmemoriales dos funciones: servir de distracción y, al mismo tiempo, ser instrumentos para una psicoterapia popular. Porzecanski parece interesarle parte de esas intenciones y aplicarlas a la ficción que nos ofrece, como creación del lenguaje a un tiempo que excusa para dejar reflexiones sobre lo humano, gotas de sabiduría. No se limita a darnos una experiencia intelectual sino un móvil que desate nuestra intuición. Por eso más que centrarme en la anécdota de las novelas atiendan estas palabras como invitación de lectura sin caer en la discusión acerca del significado de las historias, ya que esta propuesta no la podemos reducir a la explicación del pensamiento lineal racional, o no exclusivamente. La lectura es un peldaño hacia el restablecimiento de la percepción espiritual en una mente cautiva, implacablemente condicionada por los sistemas de entrenamiento de la vida material. Agradezco pues a la autora que nos lleve por estos caminos desconocidos.