Moraña/Olivera Williams. El salto de Minerva

Reseñas
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Mabel Moraña y María Rosa Olivera-Williams eds. El salto
de Minerva. Intelectuales, género y Estado en América
Latina. Madrid: Iberoamericana/Vervuert, 2005.
Durante la última década del siglo XX, los llamados “Cultural Studies”
adquieren más visibilidad y se multiplican los departamentos
universitarios para su estudio (desde Canadá hasta Bolivia). Los
estudios culturales son “el encuentro y conflicto entre lo global y lo local.
Estos estudios se interesan en las geografías culturales y las localidades
geoculturales, las políticas de la enunciación y las localizaciones
institucionales” (Nara Araújo). Se nutren de diferentes fuentes teóricas,
con marcada presencia de la tradición marxista en su inicio. En 1964, se
crea el Centro de Investigaciones de Birmingham, Inglaterra (Centro para
Estudios Culturales Contemporáneos), con el objeto de estudiar “las
formas, las prácticas y las instituciones culturales, así como sus relaciones
con la sociedad y el cambio social”.
Las investigaciones en torno a la resistencia al orden cultural industrial
se diversifican en las dos décadas posteriores con la convicción de que
no se puede abstraer “la cultura” de las relaciones de poder y de las
estrategias del “cambio social”.
Stuart Hall, jamaiquino, teórico en cuestiones de raza, introduce en
la década de 1970 no sólo estudios de raza y etnia (subcultural–
marginales), sino también la problemática de género y los estudios
feministas. Con aportaciones de autores marxistas no dogmáticos (como
Antonio Gramsci y la noción “nacional-popular”), las investigaciones de
la década de 1970 son deudoras de la escuela de Frankfurt: Walter
Benjamin, Georg Luckács y Mijail Bajtin; posteriormente, de la influencia
de “la teoría francesa” con Louis Althusser, Levi-Strauss y Lacan, pero
también Sartre y Goldman, aunque se olvidan con frecuencia de la historia
y la economía política (Raymond Williams).
Con la década de 1980, “el giro etnográfico” y los cambios políticos en
Inglaterra (triunfo de la derecha e inicio de la globalización) surgen nuevos
modelos de “sujeto” e identidades sociales que provocan un nuevo
posicionamiento de los estudios culturales.
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Cuando las identidades sociales clasistas se disuelven debido a
complejos fenómenos —como la globalización, las inmigraciones forzosas
y el problema de la “multiplicidad de identidades”— se producen, por un
lado, la expansión en la década de 1990 de los departamentos de estudios
culturales y, por otro, el abandono de los “compromisos”. Los
investigadores vuelven sus ojos al llamado Tercer Mundo, y más
precisamente, hacia América Latina, cuya problemática sirve para ilustrar
este peligro: “el de la ambigüedad de un tipo de reconocimiento de teóricos
latinoamericanos, entronizados en el club de los Cultural Studies como
portavoces de los ‘buenos salvajes’ de la resistencia cultural y defensores
titulares de la atalaya en la cual siguen teniendo sentido las viejas
problemáticas y los viejos combates” (Matterald–Neveu). Por otra parte,
la construcción de los Estudios Latinoamericanos está vinculada con la
problemática de la subalternidad —o “subalternidad periférica”— que
emerge —según John Beverley— “a través, o en las intersecciones, de un
amplio rango de disciplinas académicas y de posiciones sociales”.
Según la crítica chilena Nelly Richard, los Estudios Culturales y los
Estudios Latinoamericanos comparten el proyecto de mezclar “pluridisciplinariedad
y transculturalidad” para comprender “los nuevos
deslizamientos de categorías entre lo dominante y lo subalterno, lo culto
y lo popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local [...] que llevaron
al teórico a ‘reformularse híbridamente’”.
El crítico estadounidense, Fredric Jameson, quien clasifica los estudios
culturales como “posdisciplinarios”, alerta sobre el manejo de estos estudios
como “lo políticamente correcto”, con el surgimiento de ciertos
“movimientos sociales nuevos”, como el antiracismo, el antisexismo o la
antihomofobia.
Nara Araújo, al referirse a los estudios culturales, dice: “los teóricos y
críticos latinoamericanos reconocen su impulso democratizador (Nelly
Richard), mientras les inquieta una homogeneización del producto cultural
que, en caso de la literatura, supone una pérdida del concepto de ‘valor
estético’ (Beatriz Sarlo), así como los límites borrosos entre la sociología
y los estudios culturales, cierta debilidad teórica y su burocratización en
los Estados Unidos (Nelly Richard)”.
Estas reflexiones pueden servir de marco para la lectura del libro que
hoy nos convoca: El salto de Minerva. Intelectuales, género y Estado en
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América Latina, editado por Mabel Moraña y María Rosa Olivera-Williams,
dos reconocidas investigadoras trasterradas desde los centros académicos
ríoplatenses a las universidades de Estados Unidos.
El libro está estructurado con una introducción que justifica y explicita
el título y el corte analítico elegido por parte de María Rosa Olivera-
Williams, de la Universidad de Notre-Dame. En dicha introducción, se
hace referencia a la “pretendida desterritorialización en la que vivimos
como fruto de las demandas de la economía neoliberal y la tecnologización”
que crea un nuevo mapa entre el Norte y el Sur del continente
americano. Frente a la decadencia de “la ciudad letrada” (Jean Franco),
se modifica el papel de los intelectuales, de las identidades genéricas y
del Estado en la cultura latinoamericana. La coautora y coeditora nos
informa que este libro se gestó en tres paneles del XXIV Congreso de LASA
(Latin American Studies Asociation, 2003, dedicado a la globalización)
a cargo de las editoras y de otras académicas reconocidas.
El título alude al trabajo intelectual de las mujeres, ya que Minerva o
Atenea, diosa de la sabiduría y de la victoria, nace de la cabeza de su
padre Zeus o Júpiter, ya adulta, y cubierta con los símbolos de la fuerza
masculina (el escudo de oro) y de la sabiduría, y de los lazos domésticos
y familiares (la serpiente de la gran diosa). Por lo tanto, Minerva resulta
una figura compleja, con atributos masculinos y femeninos.
Según María Rosa Olivera-Williams, “el pensamiento y acción de
Minerva no promueve ni una subjetividad rígida, ni la división absoluta
de los arquetipos femenino–masculinos”, sino los integra. Siguiendo a
las autoras, en el símbolo de Minerva se reunirían los tres términos de
esta investigación colectiva, con marca de género femenino: intelecto,
género y Estado.
El libro está estructurado en cuatro secciones o partes, y recordemos
que el cuatro también es un número femenino, vinculado simbólicamente
con la tierra, según estudios numerológicos, frente a la omnipotencia de
la estructura patriarcal triádica. Estas secciones se subtitulan: “1. Políticas
del género”; “2. Rostros del poder”; “3. Identidades y modernidad”, y
“4. Relatos de la globalización”. Además, la citada introducción y una
coda o adenda, titulada “Postcriptum”, a cargo de la otra coordinadora y
editora, Mabel Moraña, de Washington University. En total, el volumen
consta de 19 ensayos, que junto con los artículos de apertura y cierre,
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suman 21. Todas las críticas incluidas son mujeres, no así el corpus de
autores seleccionados que incluyen también a escritores hombres, como
los argentinos Alejandro Gerchunoff (estudiado por Mónica Szurmuk),
Tomás Eloy Martínez (a cargo de Alicia Ortega Caicedo), Carlos Octavio
Bunge (por Silvia Molloy) y Jorge Barón Bisa (por Nora Domínguez); y
el chileno José Donoso, con su libro testimonial sobre el boom y como
novelista (de Diana Sorensen). Junto con estos escritores se incluye el
análisis del trabajo periodístico del fraile decimonónico Francisco de Paula
Castañeda (de María Cristina Iglesia), y del científico Carlos Pascacio
Moreno, más conocido por su profesión como “Perito Moreno” que da
nombre a un famoso glaciar argentino (Silvia Molloy).
En cuanto a las escritoras como sujetos protagónicos de los ensayos,
se incluyen algunas marginadas del canon literario androcéntrico, como
es el caso de la escritora y bailarina Nelly Campobello, estudiada por
Margo Glantz, a partir de un artículo de Julio Jiménez Rueda, donde se
refiere al “afeminamiento de la literatura mexicana”, en contraste con
la viril “fiesta de las balas” de la narrativa de la revolución mexicana.
La cubana Dulce María Loynas, merecedora del Premio Cervantes
1992, es estudiada por Elizabeta Sklodowska, en torno a la dialéctica del
enclaustramiento y la transgresión frente al poder político. En esta línea,
Loynas convirtió su casa en el recinto de la Academia Cubana de la Lengua
y subrayó, de este modo, la resistencia civil.
Otra escritora consagrada incluida en este volumen es la brasileña
Clarice Lispector, estudiada por Teresa Porzecanski desde una estética del
silencio y de lo no dicho, desde la categoría del “feminolecto” y la escritura
de lo “no importante”. Este ensayo inicia con una leyenda atribuida a los
indios onas, de Tierra del Fuego, cuyos hombres enseñan a sus hijos varones
a ocultar a las mujeres de la tribu sus cosmologías para evitar que
se conviertan en independientes y rebeldes.
Dos escritoras uruguayas, relegadas por la crítica oficial y reconocida,
son analizadas desde una nueva perspectiva en este salto de Minerva. Se
trata de la poeta Selva Márquez, trabajada por Tatiana Oroño desde la
presencia de lo urbano y la modernidad periférica de una ciudad como
Montevideo, y de la novelista Armonía Somers con el título Sólo los elefantes
encuentran mandrágora, estudiada por Dianna Niebylski desde la patología
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posmoderna, con reflexiones en torno a lo subversiva que resulta la estética
del horror y los poderes de la abyección.
Además de la escritura de ficción, se incluyen a cargo de Nelly Richard,
quien recuestiona la premisa del feminismo de que “todo lo privado es
político”, las voces testimoniales de tres mujeres públicas y poderosas del
Chile contemporáneo: la exministro de justicia del gobierno de Pinochet,
Mónica Madariaga; la presidenta del partido comunista, Gladys Marín,
y la presidenta del Consejo de Defensa del Estado, Clara Szczaranski. Y
en la línea de investigación y rescate de materiales poco conocidos acerca
del mundo del sindicalismo y el trabajo fabril femenino, se incluye el
ensayo acerca de los archivos de Carolina Muzilli: “Los cuerpos del trabajo,
el trabajo de los cuerpos”, por Adriana Bergero.
Una vuelta hacia los mitos religiosos, en estos casos ginocéntricos, es
el trabajo de María Rosa Olivera-Williams en torno a la novela El sueño de
Úrsula, de la conocida poeta María Negroni, que aborda la leyenda del
siglo V antes de nuestra era, popularizada en la Edad Media, del viaje y
martirio de Santa Úrsula y sus acompañantes, las once mil vírgenes de
Colonia, una de cuyas versiones aparece en la legenda áurea de Jacobus
de Voragine del siglo XIII y en la pintura del veneciano Vittore Carpaccio.
Según la crítica, “ante la maquinaria burguesa y globalizante de
subjetividades”, Negroni opone un sujeto mujer que, según la propuesta
de Zizek, sería “el sujeto por excelencia”. Otro mito, pero esta vez construido
en torno a una figura histórica, es el de Eva Duarte de Perón, en sus
múltiples transformaciones en el ensayo de Susana Rosano titulado:
“Reina, santa, fantasma: la representación del cuerpo de Eva Perón”.
Además, se incluye un trabajo de Doris Sommers acerca de “las lenguas
del amor”, una lectura de corte sociolingüístico en torno al problema de
la “alternancia” o code–switcching, analizado desde los estudios de género
como la posibilidad de ser “queer”, raras y alternar bilingüemente entre
un papel y otro “la particularidad frente al universalismo masculino”;
otros dos ensayos reflexionan en torno a los problemas de la globalización:
el de Mary Louise Pratt, titulado “Los imaginados planetarios”,
a partir de la publicidad del volante de una secta milenarista peruana
llamada “Divina revelación: Alfa y Omega”, y el de Jean Franco, titulado
“En el interior del imperio”, que estudia la economía de mercado y lo lite
en la novela, poesía y música contemporánea frente al problema del
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valor en los ensayos de Beatriz Sarlo y Silvano Santiago, las máscaras
mexicanas que incluyen a “Super Barrio” y al “Subcomandante Marcos”.
Jean Franco ha afirmado que “después de todo, los movimientos son
ahora planetarios”. Este ensayo forma parte de su libro titulado Decadencia
y caída de la ciudad letrada.
En el Postcriptum, Mabel Moraña escribe la proyección y balance de
este libro —lo que podría servir como presentación del mismo—, y afirma
que los ensayos se mueven entre “un mundo atravesado por dictámenes
variables de mercado, diásporas constantes, redefiniciones identitarias y
la mutación de los espacios de interacción social”. En consecuencia,
añade: “las subjetividades se convierten en espacio de lucha y de
negociación permanente” y señala el problema del “vaciamiento de la
personalidad en el posmodernismo”. En el primer ensayo del apartado
acerca de “Políticas del género”, afirmaba que se debían negociar las
categorías de universalismo y particularidad y que “la cuestión del género
es el punto ciego de las teorías de la subjetividad que dominaron los
escenarios de la modernidad”. En el cierre del volumen, Moraña afirma
que los artículos en torno a escritoras latinoamericanas y sus críticas
conforman una especie de “contra–canon literario latinoamericano”, y
reordena los 19 ensayos que conforman el libro El Salto de Minerva en
tres ejes subtitulados por la editora, como: “1) Bases para una teoría del
cuerpo (político)”; “2) Lo que cabe en la voz y lo que el silencio calla.
Género y lenguaje”, y “3) Modernidades, globalización, género y poder”.
En términos generales, quiero felicitar a las editoras y a todas las
integrantes del volumen El salto de Minerva. Intelectuales, género y Estado
en América Latina, no sólo por la calidad, sino también por la originalidad
y pertinencia académica de sus estudios.
Para finalizar, comentaré, brevemente, tres excelentes ensayos dedicados
a la literatura argentina: el de Mónica Szurmuk, investigadora
del Instituto Mora y compañera del Taller de Teoría y crítica literaria
“Diana Morán”, titulado “Diversidad, multiculturalismo y diferencia en
la Argentina del Centenario: Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff”;
el de Nora Domínguez, profesora de la universidad de Buenos Aires y
especialista en estudios de género: “Dar la cara. Rostricidad y relato
materno en El desierto y la semilla de Jorge Barón Biza”, y el estudio de
la crítica y novelista Silvia Molloy de New York University, “De exhibiciones
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y despojos: reflexiones sobre el patrimonio nacional [argentino] a
principios del siglo XX”.
Argentina es uno de los países considerados como “trasplantados”,
según el antropólogo brasileño Darcy Riveiro (frente a otros pueblos
clasificados “nuevos”, como es el caso de Cuba, o “de testimonio”, como
Guatemala o México). Recordemos el dato demográfico de 330 000
inmigrantes que llegan a las costas argentinas entre l857 y l930, y si el
censo de 1895 arrojó datos de 25% de población extranjera, en l914 la
cifra ascendió a 30%, lo que atemorizó a la clase dominante y a los dueños
de la tierra porque no sólo llegaron agricultores y artesanos, sino también
militantes obreros e intelectuales, vinculados con partidos anarquistas
y socialistas.
El texto de Mónica está dividido cronológicamente. Inicia con la fecha
de l950 y las palabras de Jorge Luis Borges escritas a la muerte de
Gerchunoff, a quien recuerda con amistad y admiración, y lo llama un
“hombre tan de Buenos Aires”. La segunda fecha es 1889, año en el que
la comunidad judía conmemora su presencia en el país, aunque haya
testimonios anteriores de su presencia, porque es en l889 cuando se funda
el pueblo de Moisés Ville en la provincia de Santa Fe, en plena “pampa
gringa” y cercana a la “zona” que narra una y otra vez Juan José Saer.
Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff se edita dentro del marco de
las celebraciones del inicio de la Independencia —l910— y se reedita en
1936. El autor se niega a ser homenajeado en 1940 para conmemorar
los 30 años de su publicación. Se trata de un libro único en la literatura
argentina, en un país de gran presencia inmigratoria, pero que ha
estudiado a la gauchesca como “un tratado sobre la patria” (al decir de
Josefina Ludmer).
Szurmuk analiza el modo en que Gerchunoff describe el mundo
femenino y el masculino en este libro de viñetas y memorias de recuerdos
biográficos, a la vez idealizados y melancólicos, y lo vuelve a leer desde la
perspectiva del multiculturalismo.
Nora Domínguez analiza la novela, de marcas autobiográficas, El
desierto y la semilla (l998), del escritor cordobés Jorge Barón Biza (1942–
2001), donde el autor ficcionaliza una tragedia familiar en la que “el
dolor es el aspecto íntimo y el horror el rostro público” (Julia Kristeva).
En l964, el también escritor Raúl Barón Biza, acosado siempre por el
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escándalo que rodea a sus novelas, por las que sufre censura y cárcel,
echa ácido al rostro de su esposa, Clotilde Sabattini, en la cita judicial
para concertar el divorcio definitivo; posteriormente, se suicida. Las
familias son muy conocidas y vinculadas con la política nacional [al
radicalismo]. El hijo y autor de la novela trabajada por Domínguez se
pregunta cómo narrar el horror y cómo leerlo. Esta perspectiva vincula
esta novela con la narrativa de la época de la dictadura militar argentina
y con el libro del investigador Fernando Reati titulado Nombrar lo
innombrable. Violencia política y novela argentina, 1975-1985 (l992).
El narrador es a la vez testigo del proceso de destrucción y recomposición
quirúrgica del rostro materno en clínicas italianas; rostro que
siempre estará relacionado, en el inconsciente filial, con el enigmático
de la Esfinge. Según Nora Domínguez, la tensión de la novela “no está
en contar la serie de violencias familiares”, sino en convertir al texto de
Barón Biza “en una máquina de rostricidad”. Los lectores cordobeses
que conocían la historia y quisieron encontrar en la novela una versión
melodramática de los hechos se sorprendieron ante una primera novela
tan madura y experimental, luego pudieron comentar que el autor,
continuando con una larga tradición familiar de suicidios, se lanzó, en
septiembre de 2001, desde un decimosegundo piso.
Por último, en este obligado fragmentarismo y parcialidad de mi lectura,
me detengo en la narración de otros despojos humanos y otros monstruos
presentes en el ensayo de Silvia Molloy, que trabaja el libro de viajes de
Francisco Pascacio Moreno, Viaje a la Patagonia Austral (l896), y su trabajo
como arqueólogo, antropólogo y perito en límites territoriales. Pascacio ve
las promisorias ventajas de incorporar el territorio patagónico a la economía
del país y confía que los indígenas se convertirán en “sujetos argentinos”,
aunque subalternos; también se convierten los indios tehuelches en
informantes y objeto de estudio para conformar una colección de cráneos,
esqueletos y puntas de flecha que formarán parte de un Museo y que le
valdrán, en la lectura de Molloy, “prestigio nacional” y distinción como
“héroe civil” a Pascacio. No fue el Perito Moreno ambicioso en bienes
materiales porque las hectáreas con las que lo recompensó el gobierno
nacional a su vez las donó para la creación del conocido Parque Nacional
Nahuel Huapi (por tal razón escribe en su Diario: “tengo 66 años y ni un
centavo”). Pero la historia nacional le reconoce sus esfuerzos (en las
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negociaciones con Chile por los límites territoriales), y uno de los sitios
turísticos más visitados en estos tiempos (por argentinos y extranjeros)
es el glaciar Perito Moreno, a cuyo paso todos los barcos hacen sonar la
sirena de saludo porque allí yacen sus restos.
Junto al libro científico, Molloy analiza un cuento de corte modernista
titulado “La sirena”, cuyo autor es Carlos Octavio Bunge. Fue publicado
en l908 e incluido en el volumen Viaje a través de la estirpe y otras
narraciones.
El narrador, un simple comerciante que se considera a sí mismo como
“no curioso ni naturalista”, tiene un encuentro en las playas de Mar del
Plata con un monstruo femenino a quien no mitifica ni embellece y con
quien se comunica en “buen castellano”, que las sirenas aprendieron de
los descubridores y viajeros coloniales. El monstruo es confiscado en un
zoológico donde sufre y añora su libertad, y de donde el narrador la
rescata para devolverla al mar, para que los hombres puedan seguir
soñando con su mito. La crítica establece nexos, muy sugerentes, entre
los indios tehuelches y las sirenas como antiguos habitantes de la región
austral y como representantes de una raza debilitada por el contacto
con la “civilización blanca” que los cerca y aniquila.
Silvia Molloy apunta que quizá el narrador elegido por Bunge para su
cuento sea más sabio de lo que aparenta, porque decide liberar al
monstruo antes de que sea “estudiado y exhibido para la nación y como
la nación”. En una especie de precursor acto crítico, “libera lo que se
busca fijar y domesticar como lo nacional; llama la atención sobre su
naturaleza escurridiza, monstruosa e inclasificable; por fin revela la
nacionalidad como artificio, como construcción fluida, tanto más
estimulante cuando se la abandona a la deriva, cuando se la deja escapar”.
Y así termina su espléndido ensayo.
Esta es sólo una posible cala de lectura; pueden intentarse otras, ya
que el libro permite múltiples entradas, todas ellas fructíferas y
estimulantes para los preocupados por la reflexión crítica en torno a los
problemas de género y los estudios culturales en América Latina.
Ana Rosa Domenella
Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa
D. R. © Ana Rosa Domenella, D. F., enero–junio, 2006.

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