Tesis de Edith Marsiglia
Edith Marsiglia
Profesor David Foster
Español 573
13 diciembre 2009
Los ensayos de Teresa
Porzecanski: entre el dialogismo, la polifonía discursiva y la ficción
Motivaciones del estudio
En la obra ensayístico-antropológica de Teresa
Porzecanski se recurre constantemente a las narraciones de “historias de vida”
o “autobiografías”. Asimismo, sus estudios demuestran un claro interés por la
conformación identitaria de la población del Uruguay. Lo interesante es
constatar que, en gran parte, la construcción de esa identidad se procesa a
través de las narraciones de los propios protagonistas.
En el intento de comprender los mecanismos
narrativos inherentes a la escritura de estos textos surgen cuestionamientos
sobre la acepción de identidad implicada y sobre los paradigmas discursivos
adoptados. Es en esta dirección, que nos abocaremos, en primer lugar, a tratar
de situar la obra de la autora en el marco de la reflexión antropológica que
toma en consideración la mise en texte
del material etnográfico. A tales efectos, tomaremos como punto de referencia
las indagaciones realizadas por Clifford Geertz.
Por otro lado, con el intento de poder analizar la
concepción que sobre la identidad maneja la estudiosa, vamos a considerar el
punto de vista de Stuart Hall al respecto.
Con
relación a la presencia de los protagonistas a través del relato de sus propias
historias, nos ayudaremos de las elaboraciones conceptuales propuestas por
Mikhail Bakhtin.
Asimismo, a partir de uno de los ensayos de
Porzecanski que adopta como marco teórico la historiografía de la vida
cotidiana, aludiremos a dicho abordaje desde la perspectiva de Philippe Ariès y
Georges Duby.
Sucesivamente, luego de indagar en posibles
tradiciones textuales, en la perspectiva interdisciplinaria que hemos adoptado,
nos detendremos a reflexionar sobre las elaboraciones que sobre el «testimonio»
provienen del análisis crítico discursivo literario, especialmente de la mano
de John Beverley, René Jara y Hernán Vidal.
El análisis concluirá tratando la acepción que la
«historia de vida» tiene para Porzecanski y presentando algunos ejemplos que
pongan en evidencia los mecanismos intrínsecos a dicha estrategia discursiva.
El antropólogo como
autor
A hundred and
fifteen years (if we date our profession, as conventionally, from Taylor ) of asseverational
prose and literary innocence is long enough.
–Clifford Geertz,
Works and Lives
Los estudios de campo, los modos de relacionarse
con los “objetos” de investigación, la búsqueda de la objetividad, son todas
obsesiones que han acompañado a muchos antropólogos a lo largo del tiempo.
Clifford Geertz, en cambio, centra sus inquietudes en el modo en que el
antropólogo escribe, en cómo los textos etnográficos (él utiliza los términos
antropología/etnografía como casi equivalentes) están construidos.
Geertz, en su Work and Lives (1988), trata de deconstruir los modos en que
tradicionalmente la antropología logró persuadir a sus lectores e
interlocutores en general sobre la veracidad de la información presentada en
sus obras:
The ability of anthropologists to get us to take what they say
seriously has less to do with either a factual look or an air of conceptual elegance
than it has with their capacity to convince us that what they say is a result
of their having actually penetrated (or, if you prefer, been penetrated by)
another form of life, of having, one way or another, truly “been there”. And
that, persuading us that this offstage miracle has occurred, is where the
writing comes in. (5)
Frente al problema,
tomando como punto de referencia lo planteado por Michel Foucoult en su
artículo “What Is an Author?”, Geertz bifurca
el tratamiento del mismo a través de dos cuestionamientos: cómo funciona el
autor en el texto y cómo el discurso se estructura.
El primer asunto ha sido tratado por los
etnógrafos más que bajo la lupa de la narratología bajo aquella de la
epistemología. El fenómeno era considerado entre dos perspectivas opuestas,
aquella que buscaba, en aras de la objetividad, el distanciamiento del autor y
aquella que, en aras de una mayor comprensión, buscaba la implicación del
investigador social. En este último caso, la distancia entre el “nosotros” y el
“ellos” pretendía ser superada por una mayor participación del etnógrafo en su
investigación. Sin embargo, Geertz concluye que la presencia del autor ha
tendido a manifestarse a través de espacios marginales como prefacios, notas y
apéndices (16), concluyendo que: “getting themselves into their text (that is,
representationally into their text) may be as difficult for ethnographers as
getting themselves into the culture” (17). En efecto, en varios de los ensayos
de Porzecanski, su presencia explícita se remite a dichos espacios textuales.
En La vida empezó acá. Inmigrantes judíos
al Uruguay (2005), su presencia se reduce a una introducción histórica que
contextualiza el fenómeno y, en Historia
de exclusión: afrodescendientes en el Uruguay (2006), a dos páginas en las
que se expone el enfoque metodológico de la obra.
La inquietud que Geertz
plantea respecto a la presencia del autor, en términos de hasta qué punto y en
qué modo se invade el propio texto, se plantea respecto al discurso en términos
de hasta qué punto y cómo componerlo en términos imaginativos (20). El hecho de
dirigir nuestra mirada no tanto hacia el trabajo de campo sino hacia el modo en
que se escribe la obra trae aparejada la ventaja de “read with more percipient
eye” (24).
Pero, en realidad, estos
cuestionamientos sobre la representación del “otro” surgen de una concreta
situación socio-histórica. Como claramente lo
expresa Geertz, “the end of colonialism altered radically the nature of the
social relationship between those who ask and look and those who are asked and
looked at” (131). En el contexto de la globalización y de la
emergencia de grupos sociales y de subjetividades antes ignoradas, se cuestiona
la tradicional actitud del antropólogo que se autoasignaba el rol de sacar a la
luz y de dar un espacio de representación, según su punto de vista, a los
excluidos. Este encuentro, como aludíamos antes, estaba enmarcado en una
relación de desigualdad, justificado en una ideología colonialista. La
posibilidad de que exista la descripción objetiva e incondicionada está
totalmente en crisis, dado que la estructura jerárquica y la supuesta
imparcialidad del lenguaje en que se apoyaban están desquebrajadas.
Esta crisis de paradigmas es una de las
perspectivas que, sin lugar a dudas, nos ayuda a entender la constitución
discursiva de los ensayos de los que nos ocupamos y que, a continuación,
proseguiremos en el intento de desentrañar.
Las identidades contingentes
Stuart Hall, inicia su ensayo “Who Needs
‘Identity’?” (1996), señalando el creciente interés en los últimos tiempos por
el análisis crítico del concepto de «identidad». En esta dirección, hace especial
énfasis en la crítica anti-esencialista y toma en consideración las cuestiones
de agencialidad y de política como elementos centrales para el análisis. La
noción de política se conecta con aquella de “politics of location” (2) y se propone un
modo de pensar la agencialidad enmarcada en un replanteamiento de la relación
entre sujeto y las prácticas discursivas que lo colocan en una posición
descentrada y/o de desplazamiento respecto al paradigma, volviéndose relevante
la noción de “identificación”. A este respecto Hall
indica que “the discursive approach sees identification as a construction, a
process never completed – always ‘in process’” (2). En otras palabras, se trata de una ‘identidad’
ligada a la contingencia, sometida a las vicisitudes del resto de las prácticas
de la significación. La identidad está íntimamente vinculada con los procesos
históricos, es el producto de la intersección de prácticas discursivas
diferentes. Por tanto, su naturaleza es cambiante y fragmentada.
A los efectos de nuestro estudio se vuelve de
vital importancia considerar el fenómeno de la inmigración como elemento
constitutivo de la identidad uruguaya. Se trata de un país, en términos de
Darcy Ribeiro, transplantado. Esta categoría incluye a las naciones
constituidas a partir de la emigración de pueblos que trataron de mantener sus
modos de vida originarios en los nuevos territorios donde se instalaron. El grupo étnico judío constituye nuestro foco
principal de atención y, a pesar de que nos ocupamos de los ensayos de Porzecanski
sobre el tema, será esclarecedor considerar
los testimonios que forman parte de la publicación Noventa
vidas (2006), que celebra los noventa años de la Comunidad Israelita
Uruguaya con las narraciones de noventa historias de vida, diacrónicamente
distantes respecto a aquellas presentadas en los ensayos de la antropóloga
uruguaya.
Hall insiste, asimismo, sobre el hecho de que la
identidad se construye a través de la representación, se trata de una tradición
que se conforma a través de las narraciones que constituyen el imaginario.
Dichas narraciones, desde el momento en que se producen desde un determinado
lugar de enunciación, además de estar vinculadas con un determinado contexto
histórico-cultural, van a producirse desde una determinada posición de poder. En
esta dirección, si nos ocupamos en primer lugar de la autora de los ensayos, es
relevante poner en evidencia el modo en que la misma desplaza el lugar de la
enunciación a los mismos protagonistas. En La
vida empezó acá, obra que trata de los inmigrantes judíos que llegaron a
Uruguay en las primeras décadas del siglo XX, sobre un total de ciento noventa
y cinco páginas sólo cuarenta de las mismas están dedicadas al contexto
histórico del fenómeno; el resto del texto está ocupado por los testimonios de
los mismos protagonistas. En Historia de
exclusión: afrodescendientes en el Uruguay (2006), otro ensayo
antropológico en el que Porzecanski es co-autora, se cuenta con un prólogo de
dos páginas en el que se explica la técnica de investigación que es utilizada,
a saber, la “historia de vida” y el resto de la publicación está ocupada por
los testimonios de los afrodescendientes uruguayos.
Las voces de los protagonistas
En el intento de dilucidar la naturaleza y real
extensión de lo que apenas hemos definido como desplazamiento del lugar de la
enunciación a los protagonistas de las historias de vida, se considera
pertinente agregar a nuestras consideraciones los conceptos bakhtinianos de “heteroglosia” y
de “polifonía”. En efecto, los ensayos citados se podrían
considerar obras abiertas en las que la voz de la autora se suma a la de los
inmigrantes o sus descendientes. La heteroglosia –a saber, la multiplicidad de voces sociales y sus
expresiones individuales– caracteriza los textos. En este sentido, en La vida empezó acá se pueden percibir
matices lingüísticos derivados de los lugares de proveniencia de los
inmigrantes judíos. Otros rasgos pertinentes de las narraciones de los
inmigrantes provienen, desde luego, de las realidades socioculturales de
pertenencia.
Por otro lado, el punto de vista de los sujetos
que narran las propias historias de vida no aparecería sujeto al punto de vista
de la autora. Como dijimos anteriormente, en Historias de exclusión, los testimonios ni siquiera se enmarcan en
la presentación de un contexto histórico-cultural. A través de una organización
polifónica del discurso, los narradores no parecerían ser objeto del discurso
de la autora sino sujetos de su propia producción significativa.
A este respecto conviene considerar la reflexión
de Geertz sobre estas técnicas etnográficas. El estudioso habla de “ethnographic
ventriloquism”, en el sentido de que percibe un desplazamiento desde el intento
de hablar sobre otra forma de vida al intento de hablar desde dentro de dicha realidad
(145). La heteroglosia, en este caso, es vista críticamente. La presencia del
autor estaría diluida en una suerte de simulacro en el que se pretendería
presentar al antropólogo y a los sujetos estudiados en un mismo plano de poder.
Las filtraciones de la intervención del autor serían sometidas a un proceso de
control. Pero, en realidad, todos los ajustes realizados, estarían traduciendo y
modificando la experiencia narrada a efectos de hacerla accesible al
destinatario. Al tratar el «testimonio» volveremos sobre este asunto apelando,
principalmente, a la lectura que John Beverley realiza al respecto.
La vida privada como espacio de
identidad
Otro ensayo que nos interesa considerar es “Vida
privada y construcción de la identidad: inmigrantes judíos al Uruguay”. Éste
tiene algunas diferencias con los precedentemente mencionados: forma parte de
un estudio mayor Historias de la vida
privada (1996) en el Uruguay de autoría colectiva y el uso de los testimonios es
reducido y fragmentario.
Entre las fuentes paradigmáticas de este estudio,
que consta de tres volúmenes, cabe indicar la Historia de la vida privada de Philippe Ariès y Georges Duby. En
ámbito uruguayo el trabajo plantea una metodología historiográfica innovadora
dado que centra su atención en la cotidianeidad y en el rescate de la «esfera
privada» del ciudadano común adoptando, además, una metodología investigativa
que se abre a las demás ciencias sociales, entre ellas a la Antropología.
Respecto a la idea de «lo privado» es iluminador considerar una de las
definiciones de Duby:
una zona de inmunidad ofrecida al repliegue, el
retiro, donde uno puede abandonar las armas y las defensas de las que conviene
hallarse provisto cuando se aventura al espacio público, donde uno se
‘distiende’, donde uno se encuentra a gusto, ‘en zapatillas’, libre del
caparazón con que nos mostramos y nos protegemos hacia el exterior. Es un lugar
familiar. Doméstico. Secreto también. En lo privado se encuentra encerrado lo
que poseemos de más precioso, lo que sólo le pertenece a uno mismo. (Barrán,
Caetano, Porzecanski 1.12).
En esta dirección, se propone una revalorización
de la memoria y del relato en cuanto narrativa histórica, recuperando el
testimonio como instrumento de indagación pero, asimismo, como medio de expresión
para aquellos que tradicionalmente no la han tenido. En efecto, en la
contraportada de Historias de vida de
inmigrantes judíos al Uruguay (1986) –que puede ser considerado fiel
precedente de La vida empezó acá,
dado que las diferencias con el mismo son ínfimas, encontramos, por ejemplo,
los mismos testimonios con la excepción de los de Fritz y Pinkus– se lee: “Este
es un libro que da la palabra a sus protagonistas”.
El paradigma discursivo aludido tiene puntos de
contacto con los expresados anteriormente, a saber, con los planteamientos de Eduard
Hall y de Mikhail Bakhtin. Son estrategias discursivas que interactúan y se
complementan entre sí.
Asimismo, este ensayo de Porzecanski, ubicado en
este específico contexto, entra en relación dialógica con los que fueron
citados precedentemente. A propósito de La
vida empezó acá, decíamos que el ensayo presentaba un conjunto de
testimonios que brindaban un caudal de información que, sin embargo, no era
procesada analíticamente. En este último
estudio, por el contrario, la voz de la antropóloga está más presente,
volviéndose sus análisis una herramienta de interpretación útil para las
historias de vida que aparecen en sus otras publicaciones sin un marco
interpretativo.
La tradición textual
Mi sangre pronuncia el castellano.
clandestino desde quinientos años
en boca de mercaderes oscuros.
de humildes pastores que en los montes
de Judea
recordaban la luminosa leyenda de sus
padres,
el dulce correr del agua,
\ y
las grises horas del destierro…
–Ricardo Alberto Barnatán,
Pioneros
de la Argentina
El empleo de las «historias de vida» como
instrumento de indagación científico-cultural no es nuevo en la tradición de los
estudios judíos. En esta dirección, podemos mencionar Memoires
Juives de Lucette Valensi y Nathan Wachtel (1986). El testimonio de los
directos implicados es también el eje de esta obra, aunque presente algunas
diferencias con las obras de Porzecanski. En este caso, hay una mayor
contextualización de los testimonios a través de la intervención directa de los
autores. Asimismo, las historias de vida están precedidas por una sintética
presentación biográfica de los protagonistas, ausente en las obras de la
antropóloga uruguaya. Los autores, además, describen el método que utilizaron
para recolectar los testimonios, a saber, la técnica de la entrevista. La
intención discursiva de Valensi y Wachtel se expresa con claridad cuando los
autores de Jewish Memories (1991)
indican el modo en que se dirigían a sus entrevistados: “Your history is important,
The society you belonged to no longer exists. It passed
away without leaving any archives and you were witness to an eventful period. Tell us about it” (1).
Está de más evidenciar la relevancia que los
autores otorgaron en su trabajo a las narraciones de los protagonistas de la
historia. Aquí, como en el caso de las obras mencionadas de Porzecanski, los
protagonistas serían agentes a la hora de reconstruir la historia. Los mismos
autores, en su declaración inicial de intenciones, hacen referencia al tema de
la «identidad». Las narraciones personales son parte de una identidad
colectiva, los testimonios de una “experiencia compartida” (5). En este
sentido, se vuelve relevante el hecho de que ese “dialogismo/intertextualidad”
del que hablábamos aludiendo a Bakhtin, adquiriría dimensiones transnacionales
que, obviamente, sobrepasan los confines de los contextos uruguayo y francés
mencionados hasta el momento.
En efecto, tras un desplazamiento al ámbito
cultural rioplatense, se vuelve pertinente mencionar a Pioneros de la Argentina. Los inmigrantes judíos (1982), obra que,
sin duda, forma parte de la tradición textual que estamos tratando de delinear.
En este caso la dimensión universal de lo narrado
es explícitamente expresada por el consejo editorial que declara, a tales
efectos, evitar revelar el nombre de los
protagonistas y las divisiones “con miras a realizar un libro de valor
simbólico más que histórico” (7). Sin embargo, el trabajo cuenta con una
crónica inicial en la que se proporcionan fechas y datos desde 1862 hasta 1939.
No obstante, existe una diferencia fundamental
respecto a los textos mencionados hasta el momento, en Pioneros el elemento expresivo fundamental está constituido por la
imagen. De hecho, las historias de vida, en este caso, se narran a través de
más de doscientas fotografías que, a su vez, forman parte de un índice que las
presenta. Éstas aparecen acompañadas, a lo largo del texto, por testimonios o
por breves fragmentos explicativos.
Además de las fotografías se da espacio a
producciones culturales de los protagonistas: canciones en ídish, refranes y
melodías sefaradíes, poemas como el de Ricardo Alberto Barnatán (211) que da
inicio a esta sección.
Desde el momento en que nos estamos interesando en
las relaciones de poder que subyacen a estas producciones culturales de fuerte
impacto testimonial, resulta iluminador concluir la presentación de Pioneros con las palabras de sus
gestores:
Con este trabajo dimos rostro a los inmigrantes
judíos –documentos fotográficos por medio– y voz a través de textos y
testimonios. No pretendimos contar su historia; simplemente quisimos
acompañarlos durante sus primeros cincuenta años desde que arribaron al Puerto
de Buenos Aires en 1889 hasta 1939. (7)
En el espacio de la intertextualidad y regresando
al ámbito uruguayo, vale la pena mencionar un texto editado en 1985 por el
Instituto Hebreo de Ciencias de Buenos Aires pero que se refiere, como se
indica al inicio de la obra, a “reseñas y notas redactadas en octubre de 1935”.
Lamentablemente, en la recopilación no aparecen datos sobre las condiciones en
que la misma fue realizada. En este caso, se trata de historias individuales
pero que son referidas por un recopilador externo. En la primera parte del
texto se da información sobre los “componentes del comercio e industria
destacables de la colectividad israelita de Montevideo” (11), concluyendo con
datos vinculados con el periodismo (que incluye publicaciones de la comunidad
judía) y sobre el rabino Jaime Spector quien desempeñaba sus funciones en ese
entonces. En la segunda parte se brindan datos sobre la escuela “Palestina”, de
la que se mencionan todos sus empleados y sobre el primer médico con el que
contó la colectividad sefaradí uruguaya, el Dr. Víctor Soriano, así como sobre
el Dr. Elías Milies.
A pesar de que esta publicación no responde a los
criterios de los textos mencionados hasta el momento, se entiende que es de
sumo valor como fuente de datos biográficos sobre la componente judía en la
conformación identitaria uruguaya. Por otro lado, puede ser considerada como
una de las tantas manifestaciones del interés por dar relevancia a las
historias personales en el intento de construir la identidad colectiva judía en
el ámbito transnacional.
El testimonio
En América Latina, por otro lado, el testimonio
cuenta con una larga tradición, que algunos hacen remontar hasta las crónicas
de la conquista. Renato Prada parte de las mismas para esbozar una definición
hipotética del discurso testimonial:
la pre-existencia de un hecho socio-histórico, de un
dato si se quiere, indiscutible en sí, pero que es –o fue– susceptible de una
versión o interpretación discursiva –implícita o explícita, es decir virtual o
efectivamente articulada en un discurso– sobre ese dato, contra la cual se yergue
el testimonio del sujeto-emisor del nuevo discurso. (Jara y Vidal 9)
En esta dirección, el testimonio, en este caso
ejemplificado con Si me permite hablar…
Testimonio de Domitila una mujer de las
minas de Bolivia y Huillca: habla un
campesino peruano, adquiriría, de
acuerdo con el autor, una clara función política al ser un discurso que se
opone a las narrativas dominantes y que pretende comunicar una situación de
injusticia social desde la perspectiva de los propios protagonistas de la
misma.
En esta perspectiva se ubica
el análisis de otro estudioso, John Beverley, que se ha dedicado de manera
especial a analizar el testimonio en América Latina y su vinculación con la
literatura. Éste sostiene que, en nuestros días, dichas narrativas deben ser
estudiadas desde la perspectiva de la globalización y en el contexto de los
nuevos movimientos sociales latinoamericanos que asumen, en diversas ocasiones,
dimensiones transnacionales.
En este caso, el paradigma utilizado para el análisis es Me llamo Rigoberto Menchú. Al igual que Stuart Hall, el autor
cuestiona la vigencia de las grandes narrativas y alude a la definición de
testimonio dada por Ranajit Guha: “the small voice of history” (XII). De esta
manera, vincula su análisis con la cuestión de la agencialidad política y cultural
a la que, asimismo, aludíamos a propósito del análisis de Hall sobre la
identidad.
El autor se interroga sobre la posibilidad de que
la literatura represente al sujeto social que él califica como «subalterno». El
testimonio, en esta dirección, sería el género literario que daría voz a los
mismos. Éste, desestabilizaría, además, los confines entre las diversas
disciplinas, dada su cercanía a las historias de vida e historia oral,
narrativas típicas del quehacer indagatorio de las ciencias sociales. Incluso, el testimonio habría desplazado “the authority of
historical and ethnographic writing” (XIII). A este respecto el autor alude al
término “autoethnography” (enfoque indagatorio sin autoridad paradigmática) utilizado
por Mary Louis Pratt a la hora de describir el testimonio.
En este contexto, el autor se pregunta también,
así como lo hemos hecho nosotros respecto a las obras de Porzacanski, ¿quién es
el verdadero autor del testimonio de Rigoberto Menchú: el compilador o el
narrador? Es decir, ¿se trata de
narrativas mediadas? La respuesta dada se puede extender a los textos de los
que aquí nos ocupamos: el testimonio representaría un medio de expresión para
sujetos sociales que, de otra manera, sólo podrían estar representados a través
de las narraciones de los escritores e investigadores sociales profesionales.
El testimonio implica “a sort of erasure of the function, and thus also of
textual presence, of the “author” (35); favoreciendo, asimismo, el acercamiento
con el receptor del mensaje.
El autor concluye que, en realidad, se trata de un
producto fruto de la interacción de ambos, el narrador directo y el compilador.
Éste último, ajustaría el producto cultural a las exigencias de los receptores.
En esta instancia se hace evidente que sería una falacia pensar en una exacta
correspondencia entre lo narrado y lo que realmente acaeció. Como señala Elzbieta Sklodowska: “the discourse of a witness cannot
be a reflection of his or her experience, but rather a refraction determined by
the vicissitudes of memory, intention, ideology” (39).
Del mismo modo, y esto se aplica a las historias de vida de que nos
ocupamos, “the intention and the
ideology of the author-editor further superimpose the original text, creating
more ambiguities, silences, and absences in the process of selecting and
editing the material in a way consonant with norms” (39).
Pero, como sostiene Beverley, lo que es, en
realidad, relevante (lectura diversa a la de Geertz) es el especial “efecto de
realidad” que producen estos tipos de textos. Estas narraciones provocan una
sensación de estar experimentando lo que se narra que provoca efectos
particulares sobre los receptores, diferentes a aquellos que pueden producir
los textos canónicos. De esta manera, el autor se conecta con la lectura que
René Jara hace del testimonio, quien lo concibe “más que una interpretación de
la realidad […] una huella de lo real, de esa historia que, en cuanto tal, es
inexpresable […] es un vestigio material del sujeto” (2).
Del testimonio a las historias/testimonios
de vida
En el intento de buscar indicios que nos ayuden a
definir la funcionalidad que las «historias de vida» tienen específicamente para
Teresa Porzacanski, como señalara Geertz, tenemos que recurrir a los espacios
periféricos. En efecto, en el prólogo de Historias
de exclusión: afrodescendientes en el Uruguay, se puede leer:
Las “historias de vida” o autobiografía, en tanto
técnicas de investigación antropológica, configuran, más que reconstrucciones
de verdades socio-históricas, la expresión de sistemas de valores, formas de
pensar el mundo y de pensarse uno mismo dentro de ese mundo. Constituyen
resultados de continuas transacciones que los sujetos hacemos con las
circunstancias del medio ambiente social y cultural. (7)
Éstas se vinculan con el tema de la «identidad»,
en el sentido de que cuando se narran las propias experiencias se asume un rol
activo en la construcción de las múltiples identidades. En este proceso, el
“yo” –sujeto, al mismo tiempo, de la
enunciación y del enunciado– adquiere un rol fundamental. Como señala René
Jara, el mismo asume la triple función de testigo, actor y juez (1). El “yo” se
vuelve sobre sí mismo y desde una nueva perspectiva temporal y espacial narra
su historia de vida.
A este punto resulta oportuno reconectarnos con la
acepción que Stuart Hall da al tema de la «identidad» en su ensayo titulado
“Cultural Identity and Diaspora” (1993): “not the rediscovery but the production of identity. Not an identity grounded in the archeology, but in the re-telling of the past (393).
A su vez, este proceso siempre abierto se inserta,
según el autor, en el constante juego de la historia, la cultura y el poder
(394). Desde su perspectiva, también Bakhtin resalta la importancia del
contexto: “the situation enters into the utterance as a necessary constitutive
element of its semantic structure” (Todorov, 41).
De acuerdo con Hall, la formación de la identidad
no procede en línea recta a partir de un origen lejano, su formación avanza en
un proceso que alterna continuidad y ruptura, adoptando diferentes posiciones
en el devenir histórico.
Llegados a este punto, creemos que la
consideración de algunos de los testimonios puedan ayudar a visualizar estas
afirmaciones. Para tratar de captar el devenir histórico en la conformación de
las identidades vamos a considerar dos historias de vida que aparecen en La vida empezó acá y, como ya lo
anunciáramos precedentemente, trataremos dos testimonios extraídos de Noventa vidas. En éste último caso la
situación de la enunciación es diferente dado que se trata de judíos
entrevistados alrededor del año 2006 y como fruto de una iniciativa cultural proveniente
de la misma comunidad judía del Uruguay.
“Yo nací en un pueblito que ni siquiera debe ser
un pueblito”
–Elías, La
vida empezó acá
En las narraciones hay núcleos semánticos que se
reiteran. Generalmente los narradores comienzan aludiendo a sus lugares de
procedencia y a la fecha en que llegaron a Uruguay. En el caso de Elías, él
menciona la fecha de llegada a su primera destinación que fue Buenos Aires, en
1914. Luego de decirnos su nombre habla del pueblito en el que nació: “Yo soy
de Besarabia, yo nací en un pueblito que ni siquiera debe ser un pueblito, debe
ser una aldea porque no está en ningún mapa de tan chiquito que era” (41).
Las narraciones, de modo diverso, van a aludir
siempre al origen común del desplazamiento. Se trataba de judíos que escapaban
de situaciones de discriminación y exterminio padecidas en Polonia y en la
Rusia zarista (entre otros países) y, en los años 30, por la irrupción del
nazismo en Europa.
Asimismo, a veces se hace referencia a los lugares
de origen, sus antepasados y, generalmente, a su lengua: “Yo, el idish no lo hablo muy bien pero algo lo
aprendí de mis padres y me alcanza para gustarlo” (42).
Otro motivo expresado por Elías, pero que se
reitera a lo largo de todas las historias, es la manifestación de la conciencia
de pertenecer a una tradición y de formar parte de una comunidad: “se puede
decir que los activistas de entonces eran verdaderos judíos con una vocación
extraordinaria que no hicieron más que seguir la historia de todas las
Comunidades que existieron en la Diáspora: eso es la continuación de la
tradición” (48). En este sentido, es interesante considerar las vicisitudes
padecidas por los judíos en Uruguay para fundar su primer cementerio. A tales
efectos, el padre de Elías y otros interesados fueron a hablar con el político
más influyente del Uruguay en ese entonces, José Batlle y Ordóñez:
Los sacó vendiendo boletines […] Era tan antirreligioso,
Batlle, sobre todo tan anticlerical […] Entonces dice “¿Cómo? En otros países
del mundo los echan, en otros no los dejan entrar, o, si están dentro, los
maltratan, acá los recibimos con los brazos abiertos. Viven igual que nosotros
y no hay diferencia alguna. ¿Así que pueden vivir como nosotros y no pueden
morirse junto con nosotros?” (46)
Esta situación demuestra con elocuencia el modo en
que el contexto histórico-cultural, como indica Hall, actúa sobre las
narraciones que construyen la identidad. José Batlle y Ordóñez fue una figura
de enorme poder en las dos primeras décadas del 900 en Uruguay. Fue presidente
de la República durante dos períodos (1903-1907, 1911-1915) conservando su
influencia en el quehacer político incluso cuando no desempeñaba tales funciones.
Impulsó una sustancial reforma liberal en el país, enmarcada en un fuerte
intervencionismo del estado. Promovió la secularización de los actos públicos
con la consecuente división entre Iglesia y Estado. Como señala Elías, era
fuertemente anticlerical y consideraba que todos los grupos sociales debían ser
considerados del mismo modo. En esta perspectiva, su política respecto a los
extranjeros era fuertemente asimilacionista. Luego de varios tentativos
finalmente obtuvieron la autorización por parte del Intendente del departamento
de Canelones para fundar el primer
cementerio judío en dicha localidad. Un detalle interesante es constatar que en
el mismo había una cierta jerarquización de las almas:
Entre ellos había una pobre chica que había sido
bailarina de un cabaret, y manos generosas se ocuparon de su entierro cuando se
murió de su pobre vida. […] Y cuando averiguaron cómo murió, la enterraron del
lado del paredón posterior de aquella época, en el rincón del fondo, donde iban
los suicidas, los de vida irregular, o los descarriados. (48)
Después de tantos años, el recuerdo corta mi alma
como un cuchillo y siento que mi corazón nunca dejó de sangrar. ¡Cuántos años
tuvieron que pasar para poder escribir de todo esto, y cómo sigue doliendo!
Isabella, La
vida empezó acá
La narración de Isabella es la más larga de la
recopilación, se trata de cuarenta y tres páginas. En este caso podemos conocer
el medio en que fue producido el relato, se trata de un texto escrito: “Tuve
que dejar un rato de escribir, el dolor es muy fuerte en mí, no me puedo
concentrar. Son tantas las cosas que pasaron, nunca tendré fuerzas de contar
todo” (174).
Aquí también la historia inicia con referencias
temporales y espaciales. Se trata del estallido de la guerra, estamos en Satu
Mare, Rumania, es un viernes 1ro de septiembre de 1939. En ese entonces,
Isabella tenía quince años.
A diferencia de Elías, la narradora vivió la
experiencia de Auschwitz. El relato de esta vivencia ocupa prácticamente todo
el relato. Esta historia de vida es una exhaustiva exposición sobre las razones
que llevaron a lo que los académicos postmodernos denominan fin de las grandes
narraciones. En la misma, a su vez, se puede leer, en diversos momentos, una
autovaloración del propio testimonio: “todo esto lo escribo para que quede
testimonio y no se pueda negar, como pretenden hacer ahora los nuevos nazis”
(155).
Después de
noventa años
En su estudio titulado El Uruguay judío, demografía e identidad (2006), Rafael Porzecanski
destaca el hecho de que aunque la comunidad judía represente sólo el 2% de la
población uruguaya, ésta ha sido desde sus orígenes uno de los grupos étnicos
minoritarios de mayor visibilidad. Desde tiempos remotos, miembros de la
comunidad han ocupado espacios de vital relevancia en el país: como
legisladores y ministros, en el ámbito científico, en el mundo de la producción
cultural en general.
A pesar de lo que el autor define como
“homogeneidad sociocultural” de la
sociedad uruguaya, la comunidad ha logrado, a lo largo del tiempo, constituir
una de las redes institucionales más fuertes del país que incluye, entre
algunas de sus manifestaciones: templos religiosos, asociaciones culturales,
organizaciones de ayuda social y una Universidad (13).
Es así que, la Comunidad Israelita del Uruguay
decide, en el 2006, conmemorar sus noventa años con una publicación que recoge
noventa testimonios de miembros de la colectividad. A continuación, haremos
referencia a dos de los mismos porque consideramos relevante, a los efectos de
nuestro análisis, el hecho de que sea la misma comunidad judía la autora del
proyecto, asumiendo, de este modo, una posición de sujeto autónomo en la
negociación del poder.
Un empresario que ayuda con trabajo
Marcel Juli, Noventa
vidas
En estas narraciones hay una directa intervención
de la recopiladora, ocupando, en este caso, aproximadamente la mitad del texto.
Se trata de un empresario textil y de su actitud frente a la fuerte crisis
económica que sufrió el país en el 2002. Su modo de reaccionar fue dirigirse al
Centro de Empleo de la Comunidad (Cidel) al momento de necesitar trabajadores.
Al respecto dice: “Es una experiencia excelente. Uno se siente bien de poder
asistir a personas de la Comunidad con algo tan importante como el trabajo”
(23).
Mujeres con derechos
Sara P. de Winkowky, Noventa vidas
Entre los objetivos perseguidos por Winkowky
durante su presidencia en el Consejo Mundial de Mujeres Judías fue abogar por
una mayor representatividad de la mujer judía en la toma de decisiones. Se
trata de la primera mujer en ocupar la vicepresidencia de la Comunidad
Israelita del Uruguay. Sobre su desempeño indica que: “nuestro trabajo apunta a
mejorar la calidad de vida de los seres humanos, la defensa de los derechos de
la mujer, especialmente de la mujer judía” (32).
Conclusiones
Los testimonios citados nos vinculan con la
lectura que de los mismos realiza John Beverly. Éste aboga por la apertura de un
espacio conceptual que permita a los diferentes grupos sociales poder
representarse “in their own right, with their own demands, values, cultural
practices, and historical narrtives” (88). Las
diferencias en las sociedades no deberían ser anuladas dado que “multicultural
heterogeneity is internal to the identity of the people, which in turn has to
be articulated against that which it is not” (91). El conflicto es una realidad y el testimonio es un
modo de negociar la propia autoridad y representatividad. “Someone who assumes the right to tell the story in the way she
feels will be most effective in holding both national and international public
opinion in support of the idea and values she favors” (92).
Respecto a los cuestionamientos realizados por
Clifford Geertz sobre el antropólogo en tanto autor y que nosotros hemos
vinculado con nuestras inquietudes respecto a la autora Teresa Porzecanski,
puede resultar enriquecedor aludir a un método utilizado por la etnografía
llamado Community-based participatory research (CBPR). Se trata de una
investigación que conducen los académicos junto a representantes de la
comunidad implicada. Los miembros de la comunidad participan plenamente, con
poder en la toma de decisiones, en todos los niveles del proceso de la
investigación: proyecto, planteamiento de preguntas, análisis de los
resultados. Los interesados, por lo tanto, no sólo estarían representados a
través de testimonios filtrados por un etnógrafo sino que su participación
estaría garantizada a todos los niveles de la investigación.
Este trabajo surgió del interés por entender por
qué en los ensayos de Teresa Porzecanski las historias de vida son una técnica
discursiva predominante. Desde diferentes perspectivas se ha tratado de abordar
el tema y los cuestionamientos pendientes son muchos. Un aspecto por tratar,
que se considera relevante, es la identidad de la propia autora. Se trata de
una antropóloga uruguaya y judía. Hasta qué punto, entonces, su identidad ha
influido en sus estudios sobre la comunidad judía uruguaya.
Por otro lado, se trata, además de una escritora. En
sus novelas Perfumes de Cartago y La piel del alma así como en su
colección de poemas Palabra líquida
el motivo judío está presente. Nos preguntamos si existe alguna conexión entres
su obra antropológica y su producción literaria.
Por cierto, quedaría también por analizar,
concretamente, la información proporcionada en sus ensayos. Éste material se
volvería de vital importancia a la hora de tratar el tema de la conformación de
la identidad judía uruguaya. Y, para concluir, volvemos a darle la palabra a
Isabella:
Los recuerdos me hielan la sangre,
hielan la sangre de todo ser humano. Pero, juro en el recuerdo de todas éstas
chicas jóvenes, quienes no están más para dar su testimonio.
Isabella, La vida empezó acá
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